Nunca, en verdad, dejó de ser el mayor de los problemas de la democracia española la corrupción. Así, tras un paréntesis de escasez de escándalos, vuelve a ocupar la primera plana y recordarnos que el estado de pudrimiento del sistema es endémico y estructural, que, desde finales de los ochenta hasta la actualidad, la podredumbre política hizo de España el más corrupto de los Estados de Europa occidental. Obviamente, la corrupción política no está en nuestro ADN, pero nuestra historia es la de un país plagado de pícaros sin escrúpulos, en el que el mayor comisionista puede llegar a ser el mismísimo rey, de fortunas amasadas a base de estraperlo y especulación con los precios. Tanto, tanto, que la familia se convierte en la base, el fundamento, la red sobre la que se sostiene y reproduce la corrupción. Basta, verbigracia, con seguir la pista de los dineros del clan Ayuso para comprobar que todo queda en familia.

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