Es un atrevimiento rayando la temeridad que me dé por opinar sobre el campo. Lo único que con cierto criterio sé sobre este tema me lo enseñó mi abuelo Curro en la casilla de peones camineros de la que fue operario. La cosa fue de lo más simple y rudimentario: con una caña, una guita y una piedra me enseñó a coger higos chumbos. Junto con eso me dio un par de lecciones, un manual de uso para tan rudimentaria arma, que, a pesar de la simpleza, para las manos de un niño de seis años se me aparecía como algo de lo más sofisticado y misterioso. Por lo demás, me lo enseñó sentado en una piedra que sobresalía de los muros de la casilla, que recuerdo relucía encalada y enfrentada a las chumberas entre las que se entreveían los cerros de Gandul.

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