Decía Foucault rememorando a Nietzsche que la historia enseña a reírse de las solemnidades del origen. Porque repleto de mezquindades, de inconfesables crímenes y traiciones, los orígenes solo adquieren la categoría de solemnes a base de invenciones (y de reinvenciones) que egregios tratadistas intelectuales se esforzaron en transformar en fantasías de grandeza. Ocurre así, por ejemplo, con las naciones, cuyo sentido originario vinculado a la guerra es borrado por completo de los mitos fundacionales.
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