VI. 2. Así, en una de éstas [gradas] situaron a la bienaventurada virgen María, párvula aún, y mientras ellos se quitaban las vestimentas que habían llevado durante el camino y, según la costumbre, se vestían con vestidos más cuidados y elegantes, la Virgen del Señor fue subiendo una a una todas las gradas sin que la mano de alguien la guiara y levantara, de tal suerte que creerías que, al menos en esto, nada le faltaba de lo propio de la edad madura. Ya, ciertamente, el Señor hacía algo grande en la infancia de su Virgen, y mediante el indicio de un milagro de este tipo anunciaba cuán grande iba a ser.
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