Recuerdo un buen día de primavera. Mi casa daba por la parte norte a un cerro que estaba todo sembrado de trigo. Mirabas a lo lejos el trigal y lo veías como ves el mar movido por las olas cuando lo mece el viento de levante con ese verde brillante que suele tener el trigo en el mes de abril. El latero llegó pregonando: «¡Sé are gua!», los cubos, cacerolas y sartenes. Este hombre vivía en la calle San Sebastián y así era como pregonaba y era por lo que le llamaban: «El se are gua».

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