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Recuerdo este día perfectamente, y al recordarlo no puedo reprimir una amplia sonrisa. Era una cálida noche de verano. Mi abuela, mi tía, y mi tata cogieron los abanicos, el búcaro de agua, y las sillas de aneas, y decidieron sacarlas a la puerta de la calle para tomar un poco el fresco. Esa noche, probablemente, Santa Rosa dormiría en los brazos de Morfeo, porque allí no se movía ni una hoja.

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