Un rasgo de nuestro tiempo es la desconfianza feroz y generalizada que sentimos hacia las instituciones. El descrédito afecta a la política, la empresa, la prensa e incluso los científicos. No nos fiamos de nadie en absoluto. Pero en nuestra vida cotidiana necesitamos confiar en el mecánico al que llevamos el coche y en el médico al que acudimos enfermos. Sin confianza, el mundo se vuelve incierto y hostil. Existe la tentación de mitigar esta incertidumbre pavorosa con dogmatismo, violencia y sucedáneos irracionales de la razón y la ciencia, lo que no hace más que empeorarlo todo.
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