Hubo que arar y en los surcos, en los lomos, sembrar. Agricultura efímera, al principio, como puerta sólo concebida para abrirse. Cultivar el tiempo justo para que los troncos fueran ascendiendo y engrosando hasta anular lo rugoso provocado por el arado, por la roturación de miles de jóvenes entusiasmados por conquistar la generación de una masa forestal. Y así fue. Las multitudes soñaron los árboles y por ello pudieron sembrarlos. Ahora la sierra es además un bosque.

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