Sorprender no sorprende que entre los corazones en vilo por la carta de Pedro Sánchez no estuviere el del expresidente Aznar, pero llama la atención su denodado afán en parecer que sencillamente no tiene. Tanto la misiva como los días de reflexión le parecieron «una comedia de caudillismo lacrimógeno», una «gran farsa» obra de un «gran farsante» que tan solo pretende convertir España en una «dictadura». Lo que, considerando su historial político, resulta entre descojonante y desolador a partes iguales. No solo porque a veces, inocentemente, me dé por pensar que con el corazón se destila el odio. Es, sobre todo, porque el odio es tan asolador como la desmemoria un arma de destrucción masiva.

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