Parece que hace siglos, pero no hace ni diez años Podemos estuvo a punto de superar al PSOE en número de votos. Empero, tras el resultado de las elecciones generales de 2016, se esfumó el sueño del «sorpasso» y, en su lugar, las expectativas frustradas degeneraron en una guerra abierta y fratricida. Los medios dieron por muerto a un proyecto que supo ilusionar en sus inicios tanto como funesto y triste está siendo su final. Ilusión que era creíble porque en su estructuración en círculos abiertos cabía la promesa de una democracia real y su radicalidad se justificaba en el empoderamiento de los de abajo, los perdedores de la crisis, en su ímpetu de justicia social. La tristeza, por su parte, es lo propio del final de una quimera, cuando ves cómo se quema y entre las cenizas no aflora más que la miseria de las relaciones personales.

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