En el verano de 1939, el párroco de Conil (Cádiz), donde residíamos, nos convocó a un acto de petición de paz, dispuesto con carácter mundial por el Papa Pío XII, ante la inminencia de la guerra. Con gran sorpresa de todos, nos dijo que, pese a la buena intención del Pontífice, la guerra sería inevitable. «Se ha sembrado odio y se recogerá sangre». Era la versión actualizada de la oración de San Francisco: «Donde haya odio, ponga yo amor».

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