A mi amigo Antonio siempre se le hacía largo el verano alejado del aula, no terminaba de sentirse cómodo. Lo suyo siempre ha sido dar clases, así, darlas. Porque eso es lo que ha hecho durante toda su vida: medir, amasar y fabricar sus clases para luego ofrecerlas —y ofrecerse por entero— como quien reparte enormes panes blancos recién hechos cada día.
En septiembre del año pasado, fecha de inicio del curso covid, mi amigo se perdió la vuelta a su querida rutina de pizarras y polvo de tiza.
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