La lluvia apacible, la que llega a su hora y viene mansa, despaciosa y sin ruido, es siempre una alegría; promesa cumplida en los campos fértiles y viva esperanza para los más asfixiados. Pero desgraciadamente, a los que vivimos en las cercanías del Guadaíra esa lluvia tras el estiaje nos trae también una pena en forma de repugnante espuma. La buena lluvia ha vuelto y, mientras su agua lenta y constante va lavando los verdes y amarillos de nuestro monumento natural en torno al río, los canallas de siempre aprovechan la crecida del agua para verter al cauce toda su mala baba.

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Licenciado en Historia en la Universidad de Sevilla. Profesor de Lengua y Literatura, Geografía e Historia en Secundaria y Bachillerato. Lector atento de lo de aquí para llegar desde lo cercano hasta...