Terminada la profesión de fe, hacia el final de la oración universal, de pronto, enmudece y guarda un silencio hondo que se extiende a todo el ámbito y escala por las pilastras hasta las últimas dovelas de la nave central. Allí, el aire, encerrado por el envolvente mutismo, ocupa el coro y llena hasta el último espacio de todos y cada uno de los tubos de metal de su viejo órgano, que también lo acompaña en su mudez. Y es entonces, tras el prolongado silencio, cuando don Manuel levanta la cabeza, cierra los ojos y, con la suavidad profunda y firme de su voz ahogada, eleva su rezo: «Acuérdate también de los que sufren…». Y en sus palabras, que ocupan ahora el aire, va un ángel que alumbra los rincones donde habitan los olvidados, los que conocen el abandono, los parias, los perdidos y todos marginados de este mundo.

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Licenciado en Historia en la Universidad de Sevilla. Profesor de Lengua y Literatura, Geografía e Historia en Secundaria y Bachillerato. Lector atento de lo de aquí para llegar desde lo cercano hasta...