Según la nueva sociología una de las formas de medir la riqueza económica de las naciones es ver su índice de basuras. A mayor abundancia de la misma, mejor posicionamiento. Así de triste así de real.
Si a eso le añadimos la obsolescencia programada, donde los cacharros cada vez tienen una vida más efímera y repararlos cuesta más que comprar uno nuevo, pueden imaginarse de lo que nos veremos rodeados ya mismo. Aunque siempre habrá alguna empresa que quiera sacar rédito a su quema.
En Alcalá, como no podemos medir los desechos, nos fijamos en las calles cortadas por los albañiles. Cuantas más hormigoneras nos impidan pasar, mejor va la economía local. Y en los últimos meses, de no ver descargar un ladrillo ni moverse la pluma de una grúa, tenemos un tímido avance. No son los tiempos aquellos en que unos señores con un chaleco reflectante naranja o amarillo dirigían, desordenaban y mandaban sobre el tráfico de la ciudad, pero algo se mueve. Aquí una casita que se reforma, allí un nuevo centro comercial, acullá una obra nueva de dos plantas. Son los brotes grises del cemento y el ladrillo, que pasito a pasito avanzan sin que haya aún que tirar cohetes. Otra cosa son los escaparates de las tiendas, que aún dormitan drogados por la crisis del 2008, la del decenio. Esta sí que es un «crack» y no el del 29. ¡Qué diez años que no parecen que se vayan a acabar!

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Periodista del diario ABC desde 1989. Alumno becado por el Foreign Office en Londres, fue profesor de Opinión Pública en el Instituto Europeo de Estudios Superiores de Madrid