Pepe Recacha es más de Alcalá que su río. Ítem más, debe haber uno o ninguno de los rincones del Guadaíra que Recacha no conozca.  Pepe Recacha no ha dejado nunca de pintar para Alcalá, como algunos no han dejado de hacer pan del bueno hasta que la artrosis ha acabado con la movilidad de sus manos. Sus cuadros, gran paisajista, son inconfundibles. Pepe Recacha ha bebido de los pleinaristas de fin de siglo, de Bacarisas, de la hora mágica de los amaneceres y atardeceres. Si alguien no ha visto salir el sol al alba es imposible que comprenda de dónde saca Recacha esos colores pastel cálidos, esa gama de morados que sólo existen al sur del sur, esos azules anaranjados imposibles. Pepe Recacha sabe que sus cuadros fueron los pasaportes de todos los que tuvieron que salir de esta tierra para emigrar en la época del hambre. Eran los visados de nuestro pueblo más arriba de Despeñaperros. Tú no eras de Alcalá si no había un recacha colgado en la pared de tu casa. A Recacha el Museo de la Ciudad le ha dedicado una antológica que es gloria bendita y que todo aquel que ame esta ciudad tiene la obligación de haber visitado. Pero es más, Pepe Recacha merece el nombre de una calle en vivo, no cuando sus pinceles no tengan a nadie que los limpie. A ser posible en el parque de Oromana, donde la sombra de sus árboles le devuelva todo lo que ha hecho este hombre por ellos. Con su porte recio, sus gafas de sol de aviador, mi vecino y amigo siempre me sopla una noticia: Han salido nenúfares en el río, los azulejos de Campillo se están cayendo. A Recacha no se le escapa nada. Y lo que puede lo inmortaliza en sus lienzos. De qué manera. 

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Periodista del diario ABC desde 1989. Alumno becado por el Foreign Office en Londres, fue profesor de Opinión Pública en el Instituto Europeo de Estudios Superiores de Madrid