Vivimos inmersos en ruido. No sólo decibélico, también en la comunicación, en la política, en las relaciones. No aspiro tanto al silencio como ausencia de sonidos como a la anhelada ausencia de ruido, decibélico o comunicacional. En mis clases, en mis reuniones, en la calle, ¡en los bares y restaurantes! La más que estólida asociación de cualquier acto social con el ruido nos condena, nos roba vida.
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