La Voz de Alcalá cumple treinta años asomándose a la vida en Alcalá, y estamos de enhorabuena; tanto los que tenemos el privilegio de escribir en sus páginas como toda la ciudadanía que lo lee, lo hojea, lo celebra o lo critica.
Haciendo obligado balance de cómo ha evolucionado la vida en Alcalá y las formas y contenidos de LVA vemos que en ambos casos hay un equilibrio inestable entre lo viejo y lo nuevo; entre la inercia y el atrevimiento; entre los cajones de la cómoda de la abuela y las pantallas de cacharros varios de su nieta.
En todos estos años, LVA ha sido una voz valiente, diversa, necesaria. Vivimos una era de descomunal inflación de comunicación, más aturdidos por la avalancha de ruido que conscientes de acceder a información fiable y precisa. Mantener el compromiso quincenal de parir un periódico en papel -¡con un par!- es un milagro que posiblemente valoraríamos mucho más si desapareciera. Nos hemos acostumbrado a que el periódico forme parte del paisaje y hemos dejado de pensar en que cuando suenan las campanas de dificultades en realidad suenan por nosotros como ciudadanos si permitimos que desaparezca.
LVA tiene retos por delante, además de la siempre complicada viabilidad económica, que hacen que la pelea por sacar adelante cada número sea un desafío ilusionante.
La actualización tecnológica ha sido un acierto considerable. También se ve en sus páginas una actualización generacional que permite al periódico mirar más hacia adelante que recrearse en los espejos retrovisores (a veces con imágenes inventadas).
Es importante también el equilibrio entre información y opinión, y dentro de esta última, la muy saludable diversidad de perfiles y puntos de vista de los que escribimos artículos y columnas.
Todo el apoyo y el ánimo a los valientes que siguen haciendo posible el milagro; hacerle a la ciudad donde nos pasa la vida el enorme regalo de un medio de comunicación que aporte vida, crítica, información…que abra ventanas.
¡Felicidades, a por otros treinta años!