Hacer felices a los demás es un acto de generosidad que honra al que hace disfrutar. Hemos empezado a descongelar los besos y los abrazos que no nos dimos en los dos últimos años. Salimos a la calle con ganas de rozarnos, de ser felices un rato, de encontrarnos con el otro. Buscamos un refugio donde «danzar como los zíngaros en el desierto» al son de la música en directo de los bares (qué lugares). Los músicos recuperan el pulso de la vida que enlatamos en gel hidroalcohólico. Volvemos, por fin, a acoplar los oídos al ritmo que laten los bafles.

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