Lo invisible es, a veces, lo más complejo de entender, mas, para algunas personas parece ser lo más simple y evidente. «Lo esencial es invisible a los ojos», expresó Saint-Exupéry. Realmente, cada uno es el Principito de su propio camino vital que de joven, con torpeza, descubre el mundo adulto y, que, paradójicamente de mayor, se da cuenta de que nunca dejó de ser un niño. Un niño que juega a la vida queriendo curiosear hasta el último rincón de su entereza natural. Esta dimensión invisible donde reside la dorada inocencia, atesora un continuo renacer del Ser. Ella, sutil, nos invita ver el valor de nuestro alrededor, colorear el gris con la ilusión que una vez residió en nuestro corazón.

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