Echamos las bicis al maletero y seguimos la carretera que serpentea hasta el nacimiento del Guadaíra en la aldea de Pozo Amargo. En el mediodía de agosto, parece imposible que en ese secarral de colinas de piedemonte que se contempla desde el arcén pueda nacer ningún río. La cuenca es un manto pajizo abrasado por el sol, pese a las manchas de encinas y acebuches. Quedan también algunos árboles frutales junto a las ruinas del balneario de aguas termales, pero en su conjunto es un paisaje árido y desabrido.
CONTENIDO EXCLUSIVO
Hazte socio. Si ya lo eres y aún no tienes claves pídelas a [email protected]
Si ya eres socio inicia sesión