La literatura medieval puso de moda la expresión «amor cortés», refiriéndose a las pasiones románticas vividas entre los miembros de la nobleza. Antes de añadir este calificativo, esta palabra se expresaba para definir el vínculo entre una madre y su retoño. Con el tiempo, se sumaron otros adjetivos, como el de patria. El amor a la tierra, a nuestros orígenes vino acompañado de los nacionalismos, y tanto amor dio como fruto alguna que otra guerra. La idea era defender la nación porque la amamos. Ese sentimiento de pertenencia identitaria, que no es más que una campaña de marketing, es el epítome de una cultura tóxica cuyo máximo símbolo es la bandera, con sus colores y su escudo. Esta es, sin duda, una anomalía disfuncional del humano, necesitado de sentir a toda costa que forma parte de un grupo, al que le atribuye todo tipo de cualidades positivas. Hace diez años, este periódico publicó que la fundación Alcalá Innova, en colaboración con Inmark, publicó un estudio en el que concluía que los alcalareños eran un pueblo «acogedor y hospitalario». ¿Lo son? Como en todas partes, habrá quien sí y quien no. No cuenta, por supuesto, quienes te sonríen porque de ello depende su sueldo: cualquiera con un comercio. Aunque el sentido común dicta que también entre ellos habrá personas siesas y otras amables. En la viña del señor hay de todo, qué manía de querer meternos en el mismo saco.
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