Desde que me acomodé en el vagón me llamó la atención, además de la madre oronda y el hijo menudo, un señor bien flaco, alto y con nariz aguileña que me recordaba a Sherlock Holmes. Imaginé que iba en ese tren con intención de investigar algún crimen que sólo un detective inteligente y osado podía resolver, y me acordé de mi incipiente historia El asesinato de Sol Santos.
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