Al molino de La Torrecilla le sigue el de El Rincón. Aquí entendemos que el nombre le viene de la toponimia circundante, que el río subdividía en El Rincón de Alcalá –a la margen izquierda– y El Rincón de Marchenilla –a la derecha–. Por allí el Guadaíra choca con Los Alcores y comienza la travesía hasta alcanzar las terrazas superiores del Guadalquivir, a la altura del Adufe.

Al molino del Rincón se accedía por la hijuela que parte del antiguo camino de Morón, a la altura del castillo de Marchenilla. Decimos se accedía porque, desde la década de 1980, a consecuencia de una descabellada intervención municipal en el azud, las crecidas erosionaron la margen derecha y rompieron la conexión del molino con la orilla.

Desde entonces el visitante no se explica la razón por la que este molino sea el único edificado en el peor de los emplazamientos posibles, en medio de la corriente. A simple vista, su azud, incapaz de contener el caudal, resulta absurdo.

Las últimas generaciones de alcalareños conocimos este molino como El Molinillo Hundido, entendiendo el topónimo más como un buen lugar de baños veraniegos, que como ruinas de un viejo establecimiento molinero, casi enterrado por sucesivos depósitos de arena.

A nuestros abuelos, el Molinillo Hundido les sonaba a un pequeño paraíso, situado en los confines del mundo y a donde sólo se alejaban los más osados. Joselito Gandul, el panadero poeta de los sonetos, evocaba gratos recuerdos de adolescencia por la práctica nudista en este lugar en la década de 1920.

Actualmente, quien logre atravesar la corriente y acceda al islote, podrá visitar por dentro la noble estructura hidráulica, libre de arena. Lo peor es que nadie se responsabiliza del desastre que cambiará lo de «Hundido» por «Desaparecido».

Francisco López Pérez, maestro de Educación Primaria, licenciado en Geografía e Historia, colaborador habitual en la presa local alcalareña.

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