A lo largo de toda la década de 1950, la disciplinada administración del poco dinero disponible nos ayudó a tirar para adelante. Reuníamos los escasos haberes en una sola bolsa y comprábamos una vez por semana, con idea de alcanzar a tener: un plato caliente, alforjas en condiciones a mediodía, merienda diaria para los pequeños, posibilidad de comprar ropa y calzado… La venta de una docena de huevos de campo y algún conejo cazado por mi padre, posibilitaba redondear los gastos de los lunes. Entradas extras, como la venta de varios pollos, por ejemplo, daban para las botitas de los dos pequeños en Zapatería Segarra.
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