La tarifa del carrillo de manos de Juanillo y el billete del tren dejaban a cero nuestros haberes. En casa de la abuela Concha Peñasco, durante toda la jornada del lunes íbamos reuniendo los mandados adquiridos en los diferentes comercios. Formaban una verdadera montaña heterogénea de cosas que pesaba bastante. El transporte a pulso hasta la estación de San Francisco resultaba imposible, sobre todo en la época en que mi madre consolidó la venta en casa. Recurríamos a Juanillo, aquel hombre simple y solterón, que vivía en una cueva alquilada en casa de los Rindo, que se ganaba la vida con pequeños portes.
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