Corrían los años cincuenta y recuerdo que hacía un día esplendido, aunque era invierno ese día el sol brillaba y calentaba los ánimos. En la plaza de San Mateo, había puestas unas lanchitas y mi abuela nos llevaba a mi hermana y a mí para que nos paseáramos. Eran cuatro las lanchitas que había. Yo corría como una loca y me subía en una. A mi abuela no le daba tiempo ni de sacar las entradas, cuando ya estaba yo subida y preparada en la lancha, remontando por los aires dando vueltas y más vueltas.
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