Sé que me subleva, que no hay debate político en el que no acabe maldiciendo, discutiendo, solo, con lo que tenga delante. Sé que no consigue hacerme bien. Si quienes –a cara de perro o riéndose– anteponen el interés privado a la defensa de la comunidad y lo colectivo me sacan de quicio, las promesas incumplidas de quienes voté me hielan la sangre. Unos cuantos que pagamos todos. Y, con todo, lo peor es saber que ya lo sabía antes de saberlo. «Quien hace política», dejó dicho Max Weber, «pacta con los poderes diabólicos que acechan en torno de todo poder». Y muchísimo antes advirtió Platón que en el campo de la política el individuo es el mismísimo Diablo.

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