Vivimos una carrera enloquecida a ninguna parte en tanto el mundo alrededor nuestro se desmorona. Los mares están tan contaminados y con tantos plásticos que la vida marina se encuentra en grave peligro de extinción. Ya casi no se pesca, se cultivan peces en condiciones espantosas que son atiborrados de antibióticos. Comemos carne a mansalva mientras cuidamos con mimo de nuestros animales de compañía a los que damos de comer carne. Los bosques son quemados impunemente para enriquecer a unos cuantos. La Amazonia, pulmón verde de la tierra, ha sido incendiada por intereses ilegítimos y criminales. Quieren convertirla en grandes campos de monocultivo, y a esos intereses del lucro inmediato les importa un bledo toda la vida que desaparece en esos incendios, y todos esos indígenas que se quedan sin el hábitat de sus ancestros. Tampoco interesan todos los avances de la medicina que tienen su raíz y descubrimiento en esos hábitats. África no encuentra la paz porque a las potencias que la colonizan les conviene que haya guerras para así poder espoliar todas sus materias primas. El gigante asiático se pelea con los Estados Unidos por su preponderancia en el mundo. Entretanto, Europa, cada día más colapsada e invadida por todos los desposeídos, se interna en intereses mezquinos, mira para otro lado, y continúa su carrera de consumo desenfrenado. Y, mientras las ONG predican en el desierto de nuestros corazones, secos porque hemos descubierto que muchas de esas ONG son en realidad empresas encubiertas que solo buscan el beneficio propio, nuestro planeta colapsa y el tercer mundo sufre una injusticia imperdonable.

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Escritora y columnista de La Voz de Alcalá.