Esta idea de que nacionalistas solo son las formaciones políticas de la periferia (vascas, catalanas, gallegas…) es de esas ocurrencias que de tanto repetirse se le meten a uno en la cabeza; y una vez ahí, pongamos en la amígdala o la corteza insular, pasan a pertenecer a lo que, con toda razón, se llaman ideas fijas. Desconozco en qué medida es responsabilidad de los medios esta especie de trepanación, pero lo cierto es que los cronistas políticos tienen con este tema una fijación freudiana. Así es que instalados, a machamartillo, en la ficción de que el nacionalismo español no existe, siempre a la hora de informar deciden que nacionalistas solo lo son otros.

Sirva como botón de muestra, verbigracia, los titulares de primera plana de los principales medios tras las elecciones celebradas el pasado 12 de julio. Todos los que revisé confirmaron el ascenso de las fuerzas nacionalistas. Pero he aquí que, en efecto, solo consideraron como tales al BNG en Galicia; el PNV y Bildu en el País Vasco. Vayan ustedes a saber por qué no se puede tildar de nacionalistas españoles al PP o a Ciudadanos, no digamos a Vox; y de otro modo pero igualmente también al PSOE o a Podemos. Por qué cautelosa y premeditada decisión el etiquetado «nacionalista» se limita a unos y niega de forma recurrente a otros.

Sea lo que fuere tras el misterio de tan caprichoso uso del término «nacionalista», lo que está claro es que detrás de esta patochada periodística subyace un sesgo ideológico y también emocional que de forma deliberada, o no, tiene efectos sobre la construcción de una idea de España. Porque no hay palabras ni inocentes ni impunes y es indudable el papel que juegan, junto a las emociones, en el destino de una nación. Porque la palabra nos hace hay que estar prevenidos y desconfiar, por ejemplo, de la absurda y hasta angustiosa necesidad de buscar una alternativa terminológica a «españolismo» que algunos ahora confunden, o simplemente disfrazan, de patriotismo. Porque dígase «patriotismo constitucional», o «patriotismo cívico virtuoso»…, o algo aún más novísimo y sofisticado pero igualmente intrigante y ambiguo, el problema de fondo sigue siendo la búsqueda paranoide de una autoafirmación nacional cuya única consecuencia es la antagónica exaltación de otros embelecos nacionales.

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