El 23 de julio no se vota solo a quien puede ser presidente. Ni siquiera se trata de dirimir entre quienes defienden el Estado de bienestar, la implementación de políticas sociales y públicas, o quienes lo pretenden jibarizar hasta la mínima expresión. Y mira que esto es importante, pero siéndolo lo que está en juego en estas próximas elecciones es la continuidad de la democracia. Al menos, tal y como hasta ahora la habíamos conocido.

Porque siendo esta una democracia delegada, más débil e imperfecta que otros modelos más participativos, respeta las libertades cívicas básicas como la libertad de expresión, de asociación, de manifestación y la separación de poderes. Una democracia, en suma, perfectible pero garantizada con la reelección del gobierno de coalición progresista y que, sin embargo, peligra con la candidatura PP-Vox. Y esto es así por la sencilla razón de que el programa electoral del partido que encabeza Santiago Abascal entronca directamente con la ideología y la política franquista. De modo que de aplicarse, a base de prohibir y derogar, se vería interrumpido el «sistema democrático de convivencia» que desde junio de 1977, a partir de Suárez, empezamos a disfrutar.

«Una democracia, en suma, perfectible pero garantizada con la reelección del gobierno de coalición progresista y que, sin embargo, peligra con la candidatura del PP-Vox»

Así, verbigracia, pretenden anular la «ley del aborto», la «ley de la eutanasia», la «ley de violencia de género», la «ley de memoria democrática», la «ley LGTBIQ+», la «ley trans», la «ley del solo sí es sí»; la «ley del cambio climático», la reforma laboral… Pero también amenazan con ilegalizar a todos los partidos nacionalistas, todos excepto –evidentemente– los nacionalistas españolistas. O por su objetivo de suprimir todo el Título VIII de la Constitución y, por ende, las autonomías. Al igual que pretende la supresión del Tribunal Constitucional…

La cosa no acaba aquí, a mayor abundamiento, tampoco se estrujan los sesos con la cultura y la educación, basta con censurar y decapitar la libertad de expresión. Y luego, redundando en una correlativa cutrefacción de la instrucción, lo mismo reclaman «pin parental» que manipulan la Historia. Pues, en efecto, tal carrera general de retroceso a la ignorancia, no persigue sino retroceder hasta alcanzar la anacrónica patria franquista y la promesa de una homogeneidad étnica y cultural que no puede hacerse más que a costa de la convivencia en términos de igualdad y fraternidad de los pueblos de España.

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