Me contaba no hace mucho un buen paisano, comunista de los de antes, bregado en las épocas en las que la lucha aún parecía digna, que un día pasó de visita por el pueblo Ramón Tamames y que, como compañeros correligionarios, estuvieron departiendo.

En un punto de la conversación, el histórico economista y político, le preguntó a nuestro amigo por el nombre de la empresa con la que se ganaba el pan y éste le confesó:

–Nuestra Señora del Águila.

A lo que Tamames reaccionó –¡Pero hombre!

–¿Qué pasa? Esto es Alcalá–. Sentenció el paisano.

No sé si a don Ramón Tamames le quedó claro, pero no creo que haya afirmación más ilustrativa de la realidad de un pueblo que vive, y trabaja gozoso, bajo el manto alado de su Virgen del Águila.

El mes de agosto que ahora acaba es el de Nuestra Señora. Y este año, a pesar de los pasares, también –cómo no– lo ha sido. La Hermandad del Águila ha celebrado la novena de la Virgen, y quedará para el recuerdo su imagen en el altar de la iglesia de Santiago. Las campanas han repicado en su honor cada mañana. Las tardes se han aromado de jazmines como señal que preludia la llegada. Y ha terminado su mes con la preciosa Misa de Campaña con la que han finalizado los cultos de Santa María del Águila Coronada. Ha vuelto, a pesar de los pesares, a ser agosto el mes de Nuestra Señora. Pero, a qué negarlo, el pasado día 15, faltó algo. Porque, aun siendo nombrada en las calles cada día (y que no se pierda tu nombre, María del Águila), o viéndola en los azulejos de mil patios, o teniéndola  –¡ay, Virgen del Águila!– en los labios a cada suspiro, hasta que no llega su día y desciende su cuesta suavemente, y baja hasta el pueblo para sobrevolar rasante sobre todos sus hijos, no se cierra cada año el círculo de esta historia entre Alcalá y su Virgen.

Cómo no echar en falta su procesión. Fue el pasado 15 de agosto un día espléndido, apacible  y fresco. La calle La Mina habría estado abarrotada y la buena temperatura habría hecho que las estampas repetidas de siempre se hubieran distendido para regocijo de sus protagonistas, que somos todos, porque ese día, presentes o no, estamos todos. Sabe la Virgen que si hubiese salido, habríamos estado en nuestro sitio, cada uno en el suyo. Como habría sabido ponerle nombre  y rostro a cada ausencia, a cada hueco, como el que habrá dejado Salud en la calle La Mina, a las puertas de La Milagrosa, junto a sus monjitas, después de un siglo de amor y de fe en la Asunción de María, cien años de devoción entre dos pandemias;  esperó a nacer cuando agonizaba la epidemia del siglo pasado, y se marchó, cumplido el centenario de sus Navidades, justo a tiempo para no ver la epidemia del nuevo siglo. Y uno no sabe si se fue sabiendo que este año su Virgen no bajaría a verla rodeada de bisnietos o si Ella no ha bajado porque ya tiene a Salud a su lado; que nada ocurre por casualidad.

Agosto, aunque distinto, ha vuelto a ser el mes de Nuestra Señora, y los alcalareños hemos vuelto a hacerle honores, y a presentarla en un nombre, en los suspiros, en el pensamiento, en una oración, en un rótulo o en un azulejo; porque aquí María Santísima es para todos Nuestra Señora del Águila, le extrañe a don Ramón o al sursum corda.

Licenciado en Historia en la Universidad de Sevilla. Profesor de Lengua y Literatura, Geografía e Historia en Secundaria y Bachillerato. Lector atento de lo de aquí para llegar desde lo cercano hasta...

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1 comentario

  1. Muchas gracias Juan por tu artículo. Me ha encantado por la claridad que has sabido expresar los sentimientos de los alcalareños hacia su Patrona. Un fuerte abrazo.