Anda estos días por la explanada del Águila, agujereando la faja de hormigón que en su día cubrió parte del albero, una máquina de esas que taladran el suelo a golpe de pica hidráulica. Al otro lado del telón deshilachado que cubre las vallas y bajo un barandal que se diría barandilla de un barco de recreo, llama la atención la montonera de cascotes que ha ido sacando la máquina y que se alargan como un de reguero sobre la tierra.

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