Lo mejor del verano y de las vacaciones, especialmente para profesores y alumnos –para quienes estos términos son indisociables–, es que llegan siempre en el mejor momento, esto es, justo cuando parece que no puede ir peor la cosa. Ante esta sensación, tantas veces repetida, de inminente colapso, el largo receso estival viene a darles viento fresco a asuntos que parecen al borde del incendio y, a muchos que empezábamos a oler a quemado, nos permite echarnos en agua fría.
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