Parece que ahora toca remodelar la calle Orellana. El proyecto ya está adjudicado y curiosidades de la vida, lo ha ganado uno tan barato que incluso ya lo tachan de «temerario». Aquí ni entro ni salgo. Lo cierto es que esta salida de Alcalá es otra zona, de las muchas que existen en Alcalá, abandonada de la mano de Dios. Cualquiera que haya pasado por ella en su parte más estrecha, donde se sufre un peligroso cuello de botella, se habrá dado cuenta de que no existe acera. Así, como se lo cuento. Hay que pisar la calzada y volver la vista atrás por si vienen coches a toda velocidad para no ser víctimas de un atropello.
Claro que es necesario un cambio de imagen a la calle Orellana, donde ya hay casi tantas casas okupadas como retranqueadas desde tiempos inmemoriales para ensanchar esta salida a Sevilla. Sería una forma de dignificar el uso del calzado y abandonar la idea de que para ir al auditorio de Alcalá o a las riberas del río para dar un paseo desde el centro hay que arrancar el coche. Nada más lejos de la realidad, siempre y cuando se les dén a los peatones y ciclistas las facilidades oportunas.
Además, quieren hacer una calle que conecte la calle Orellana con las faldas del Castillo para facilitar su acceso a las murallas. Ahí me muestro más crítico y se me ponen los vellos de punta al pensar en el jardín en escalera de la calle Bailén. Un derroche impropio para un Consistorio que tiene abandonada la cuesta del Águila y deja como el deterioro de sus casas galopa sin tregua ante la mirada atónita de media Alcalá que no entiende este despropósito.
Será como decían nuestras abuelas, «capaces de mirar por las pesetas pero encantados de gastarse los duros».