Se husmea en el ambiente: la gente está harta. Esta ciudadanía tiene unas tragaderas sin fondo, pero incluso esta masa borreguil, de la que formamos parte, también tiene un tope. Un basta ya. Una gota que termina colmando el vaso. Las imágenes de Ábalos y Koldo en los furgones de la guardia civil no son más escandalosas que cualquiera de los escabrosos episodios que este gobierno nos regala cada mañana. Pero un servidor tiene la sensación -o más bien la ilusión- de que algún resorte del oxidado mecanismo democrático, ahora y no antes, ha saltado. La corrupción forma parte de esa concepción picaresca de la vida pública, que ya denunció en el siglo XVI el autor del Lazarillo.

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