El viernes pasado decidí dedicar mis clases al elogio de las ciencias, de la curiosidad intelectual, de la perseverancia necesarias para hacer posibles logros como el mencionado amartizaje.
La excusa/vínculo fue glosar la figura de nuestro paisano Juan Pérez Mercader como precursor de una cantera de científicos a los que seleccionó, promovió, apoyó e inspiró en su trabajo como fundador y director del Centro de Astrobiología de Madrid. De este centro parte la investigación y creación de un instrumento de investigación meteorológica que transporta el «Perseverance». Rascando, rascando… descubro que un sevillano de Aznalcázar, José Antonio Rodríguez Manfredi, es el responsable del proyecto, y que los también sevillanos Servando Espejo y Joaquín Ceballos son artífices de los circuitos electrónicos de los sensores de viento.
El enorme Juan Pérez Mercader no participa directamente (que yo sepa) en el proyecto pero lo imagino saltando de alegría en su despacho en Harvard celebrando el éxito de algo que propició hace décadas.
Vivimos tiempos que Shakespeare plasmó hace siglos en boca de su Macbeth: «un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada». Ni los éxitos de los científicos sevillanos son obra de nuestro maltrecho sistema educativo ni los de alcalareños que quieren, que saben y que pueden firmar logros repartidos por el mundo se lo deben más que a su propio talento, esfuerzo, valentía y -otra vez- perseverancia.
Juan Pérez Mercader habló a centenares de jóvenes alcalareños invitado por el IES Albero hace ahora 15 años. Quiero pensar que alguna vocación científica nació en aquella charla y que aquella complicidad cercana y caliente del sabio que les explicaba la vida desde la ventana de la ciencia, del rigor, del conocimiento, les ayudó a buscar más preguntas inquietantes y difíciles que respuestas facilonas y falsas; más ciencia y menos ruido.