Algo, mucho, huele a podrido, y no en Dinamarca como dijo Marcelo en Hamlet, sino en nuestro país. Nuestra sociedad adolece de una muy sectaria miopía selectiva con la corrupción, el nepotismo, la insolvencia. Nuestros límites éticos se confunden entre las vigas y las pajas según en qué ojo se cuelen. Tanto la sobreactuación como las hipérboles de unos, como el vergonzoso maquillaje autoexculpatorio de otros, nos suenan y apestan a impostación y a desvergüenza.
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