Desde muy joven me apasionan la filosofía y la ética, pero al cabo de los años reconozco que no he encontrado en ellas lo que buscaba. La filosofía occidental está marcada por la influencia del idealismo alemán, que, a su vez, se inserta en el pensamiento racionalista y científico propio de la Modernidad europea.

El objetivo que persigue este inmenso proyecto intelectual es que la Razón desplace a la Religión como fundamento de nuestras creencias y valores. Aunque el plan ha triunfado en el ámbito del conocimiento, ha encallado en el terreno de la ética.

El pensamiento racionalista occidental nacido en Grecia necesita apoyarse en certezas. Toda afirmación, para ser verdadera, ha de contar con un fundamento sólido del que derivar, a través de procedimientos correctos, conclusiones válidas. La dificultad de este planteamiento estriba en que la búsqueda de fundamentos últimos nos lleva más allá del mundo cambiante e incierto que nos rodea. Nos conduce hacia lo trascendente.

Durante siglos, Dios proporcionó las bases trascendentes del pensamiento. Dios representaba la certeza de lo inmutable más allá del mundo físico. Pero la obsesión occidental por lo racional contenía el germen del ateísmo. Ya estaba, de hecho, en el Eutrifón de Platón: ¿Lo que manda Dios hacer es bueno porque Él lo manda, o Él lo manda hacer porque es bueno? Si es lo primero, Dios es irracional; si lo segundo, Dios es superfluo. Era solo cuestión de tiempo que se impusiese la segunda opción.

La Ilustración supuso el triunfo definitivo de la razón. La justicia y la bondad dejaron de ser una enseñanza recibida de Dios y se convirtieron en conceptos desvelados por los hombres, ¿o acaso creados por ellos? El dilema de Eutrifón solo cambió ligeramente de forma: ¿Lo que los hombres tienen por bueno, lo es porque ellos así lo consideran, o ellos lo consideran bueno porque realmente lo es? ¿Puede la bondad fundarse en el mero acuerdo?

Era de nuevo cuestión de tiempo que el pensamiento científico sustituyese los fundamentos racionales de la moral por su explicación sociológica. Lo correcto no es sino aquello que la ley sanciona. El Estado es la fuente de la moralidad. Los nazis revelaron con inusitada crueldad lo vulnerables que estas ideas nos hacían a la maldad y provocaron el cuestionamiento del positivismo jurídico y la reivindicación del Derecho Natural. Pero no había vuelta atrás. Dios había muerto a manos de una razón incapaz de ocupar el vacío que dejaba. Solo nos quedó el prefijo “pos”. Pasamos a vivir en un mundo posmetafísico y posmoderno, en el que prevalece la posverdad. Sustituimos la ingenuidad por el cinismo y la felicidad por el placer. Apenas nos queda nada en que creer.

La revelación divina no puede competir con el método científico como fuente de conocimiento, pero los valores y la justicia son otra cosa. Muchos filósofos siguen empeñados en dotar a la ética de un fundamento racional, pero hasta ahora todos han fracasado. La razón sirve con igual eficacia a la maldad y a la justicia. La pregunta sobre por qué actuar éticamente sigue sin respuesta, quizás porque lo que debemos preguntarnos es si queremos hacerlo.

Rafael Ojeda Rivero. Doctor en Medicina. Especialista en Anestesiología y Reanimación, que ha ejercido en el hospital Virgen del Rocío desde enero de 1990. Ha sido vicepresidente del Comité de Ética...

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