Los alcalareños han sido convocados a movilizarse estos días por, al menos, dos cuestiones que cabría esperar que estuviesen entre sus preocupaciones: La terminación del tranvía, el paro y la pobreza. Sin embargo, estos asuntos no han interesado lo suficientemente a juzgar por la respuesta ciudadana.

El tranvía de Alcalá cumple una década desde el inicio de las obras de un tren vital para una ciudad de 75 000 habitantes, sólo conectada por el autobús. El segundo de los asuntos es, si cabe, más preocupante aún. Los datos de paro y pobreza que la totalidad de estadísticas reflejan sobre Alcalá no son menores. Pero no debieron verlo así los alcalareños habida cuenta de la escasa asistencia.

La realidad en la que parece que vivimos está más cercana al desinterés generalizado por las cuestiones colectivas que a la falta de información y a la ausencia de canales de transmisión de la misma. La poca participación y movilización en nuestra sociedad en general, y en Alcalá en particular, hace pensar que los asuntos públicos acaban quedando en manos de unos pocos que, por valientes o interesados, han dado el paso y asumido el papel de motor en una sociedad poco implicada, salvando asuntos religiosos y deportivos.

La gestión de los asuntos públicos, la construcción de una sociedad civil y la preocupación por el bien común, no deben ni pueden quedar sólo en manos de unos pocos, ni por directrices de unos, ni por incomparecencia de otros. Sean cuáles sean los motivos, la imagen de apatía e inmovilismo que la sociedad alcalareña ofrece a veces no es la más deseable en una ciudad que debería aspirar a progresar y cambiar a mejor.

El cambio de modelo participativo, el hartazgo por la política o el individualismo podrían explicar la desmovilización social. Y aún así, la ciudad sigue dando preocupantes muestras de adormecimiento e indolencia, señales que sólo pueden atajarse desde la educación, la cultura, el fomento de la participación, la transparencia y el civismo.

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