En el capítulo V de La horda (1905), Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) reflexionó sobre el olvido de los «hombres de talento». Maltrana y Feli visitan el ya desaparecido cementerio de San Martín de Madrid y observan la misérrima tumba de Antonio Aparisi, el gran orador tradicionalista cuyos discursos enardecieron a tantos españoles del siglo XIX. Ignorado por sus correligionarios, su nicho apenas estaba cubierto por un andrajoso hule, pero se engalanaba con «versos ingenuos» escritos por «gente de abajo, de la que tiene corazón».
Los políticos de derechas no suelen reivindicar a sus antecesores.

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