Vivimos en una España adormecida, en la que hemos llegado a asumir con naturalidad la pérdida de derechos y libertades, en la que el discurso político desvía la atención a través de los medios de comunicación hacia aquello que, sin dejar de ser importante, como podría ser el independentismo catalán, ha acaparado horas, días y semanas en espacios de información y opinión exclusivos.

La realidad es que, mientras se habla de un conflicto del Estado con una fracción del país, no se tratan otros temas de más relevancia por la afección de la sociedad como estructura y soporte.

La corrupción, el desempleo, la violencia de género, la emigración de los más jóvenes buscando el futuro que su país les niega, la no aplicación de la ley de dependencia, la hucha de las pensiones, la ley mordaza, los atentados continuos y constantes a la libertad de información y expresión en democracia, los rescates a la banca, los recortes en educación y sanidad, etcétera, aspectos que nos afectan como sociedad, por los que deberíamos haber alzado la voz y, sin embargo, ese natural principio de acción y reacción no ha cerrado su ciclo hasta este 8 de marzo, zafado por fin de toda parcialidad política, de toda consigna interesada.

Hacía tiempo que este país no encontraba motivos para sentir el orgullo de unidad, ese caminar en la misma dirección, algo de lo que nuestros representantes políticos deberían tomar buena nota. Las movilizaciones sin precedentes, que se han producido en toda España durante la jornada de huelga feminista, vislumbran el despertar de una ciudadanía que ha gritado «¡basta!» a situaciones de desigualdad e injusticia, exponiendo el pensamiento extraordinario que lleva a la igualdad real de mujeres y hombres. Los temas citados anteriormente nos afectan a todos como personas, pero, en la mayoría de las ocasiones, somos las mujeres las que padecemos en mayor medida los efectos de la crisis.

«Las movilizaciones sin precedentes vislumbran el despertar de una ciudadanía que ha gritado ¡basta! a situaciones de desigualdades e injusticia»

En nuestro sector, el de los medios de comunicación, la brecha salarial es una realidad; no caben interpretaciones, solo números irrefutables: el 85 % de las periodistas que trabajan en una redacción cobran menos de 1000 euros mensuales, siendo el techo de cristal más patente que en otros sectores, y el 70 % del alumnado de la titulación universitaria de Periodismo es mujer y, sin embargo, tan solo un 8 % de mujeres ocupa puestos directivos de responsabilidad en las empresas periodísticas.

Como mujeres periodistas sufrimos, además, niveles de temporalidad superiores a los de nuestros compañeros y, como la gran mayoría de ellos, cada vez es más frecuente trabajar para una empresa en exclusividad, sin contrato, y teniendo que formar parte del régimen especial de trabajadores autónomos. A todo esto hay que sumarle que las dinámicas de trabajo priorizan el presentismo y la libre disposición y son ajenas a la necesaria sustitución del término conciliación por el de corresponsabilidad.

La adecuación del entorno laboral a la realidad social no debe ser un asunto de buena voluntad, sino una prioridad que las empresas deben asumir para equilibrar el reparto de unas tareas que pertenecen a mujeres y hombres. Como en otros sectores, una ausencia de corresponsabilidad real acaba por perjudicar más a las mujeres, que deben modificar sus horarios para realizar tareas mucho más equilibradas en el beneficio que aportan que en su ejecución, que tradicionalmente recaen en el género femenino. La familia es de ambos, y su cuidado debe ser compartido, como de ambos es el lícito deseo de desarrollar proyectos profesionales.

Las mujeres, y los hombres que nos apoyan, no buscamos la excepcionalidad, ni un desequilibrio opuesto al establecido que favorezca a la mujer y relegue al hombre, perseguimos el justo equilibrio entre sexos en el periodismo y en cualquier otra ocupación y, por ese motivo, cinco millones de mujeres y hombres tomamos las calles el 8 de marzo, para reivindicar una sociedad más justa en nombre del feminismo bien entendido. La sociedad comienza a despertar y la revolución será feminista, o no será.

 

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