La función pública está muy devaluada. El término funcionario se sustituye con frecuencia por sinónimos inquietantes: parásito, vago, indolente… Esta mala fama tiene un sustrato real, pues es cierto que el privilegio de un trabajo indefinido conlleva la tentación de la vagancia, en la que muchos empleados públicos sucumben. Pero me parece bastante injusta.
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