Hilario Rubio, autor de este obituario, junto al fallecido Antonio López Ordóñez "Babel". LV

Antonio López Ordóñez, Babel, ha sido un castizo y singular alcalareño en el que desde niño destacó su natural inclinación al dibujo y la pintura frecuentando inicialmente el taller del también alcalareño y conocido escultor y dibujante Manuel Pineda Calderón, continuando su formación en la Escuela de Artes y Oficios y posteriormente en la de Bellas Artes ambas de Sevilla, doctorándose y siendo profesor numerario de Dibujo en la Facultad de Bellas Artes hasta su jubilación.

Antonio fue un gran pintor y un hombre de Fe, cualidades que le acompañaron siempre hasta que en el último tercio de su vida, su vocación y cualidad pictórica, a la que llegó a tildar de egoísmo, quedó aletargada en beneficio de una Fe que llego a rayar lo irracional, tratando su testimonio de diversas formas hasta llegar a recluirse en su casa a modo de urbano anacoreta. Su Fe le acompañó siempre y ello sin perjuicio de haber llevado una vida cuasi libertina en el primer tercio de su vida, prueba de ello fue la adopción de su primer nombre artístico “Cristo”, que cuando se apercibió de que tal comparación podría implicar o simplemente oler a egoísmo rápidamente lo cambió por otro que, decía, estaba más cercano a la realidad: “Babel”; que es el nombre de la torre que se cita en la Biblia y cuyo significado no es otro que el de lugar donde hay gran confusión o desorden, o donde hablan muchos si entenderse y que es el origen etimológico de Babilonia.

No es lugar éste breve recuerdo para relacionar los numerosos méritos y extenso curriculum del maestro Babel, que consta en los numerosos catálogos de sus exposiciones y que a no dudar se relacionarán pormenorizadamente en la biografías y estudios sobre su obra que sin duda seguirán y que sus dos hijos artistas, Auxiliadora y Manolo, con filial devoción artística estoy seguro cultivarán. Estos renglones solo pretenden ser un emocionado recuerdo de quien fue discípulo y fraternal amigo del maestro. Antonio había sido mi profesor en la asignatura de Dibujo en el Colegio Salesiano (curso 1960-61) y nos reencontramos seis años más tarde en la casa del amigo común Juan Portillo García, en una de las entrañables tertulias que organizaba, yo, aprendiz de tertuliano y de incipiente pintor en busca de maestro. Fue Juan y su vocación de mecenas de las artes quien facilitó mi aprendizaje con Antonio hasta que años más tarde nuestros quehaceres profesionales nos distanciaron permaneciendo una fraterna amistad.

En cuanto a su obra, sin perjuicio de la remisión a los estudios y exposiciones que sobre la misma seguirán sin duda, solo insistiré en que ha sido un gran maestro no ya de la pintura local, de nutrida y conocida nómina, sino de la Escuela Sevillana que espero el momento en que se reivindique su obra, ese moderno tenebrismo, maestría en el claroscuro, tratamiento de superficies, celajes, empleo de materiales y en definitiva esa presencia del dibujo en su obra del que fue indiscutible maestro.

Amigo Antonio, espero que tu ausencia despierte el interés y aumente el reconocimiento de tu obra sobre la que tú mismo has mantenido tanta discreción. Descansa en paz.

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