Domina tus pensamientos y serás dueño de ti mismo.
Las campañas de Alejandro Magno alumbran un mundo nuevo: la ciudad-estado, la pólis, muere, diluída en grandes reinos gobernados por autócratas. La filosofía será, preponderantemente, Ética, Moral, guía del hombre, y sus objetivos, la imperturbabilidad o ataraxia, la erradicación de cuanto produzca sufrimiento –consonante con la frase del Buda, el Iluminado: «El dolor es inevitable, el sufrimiento, opcional»– y la eurrea, buen flujo vital. Sus expresiones en Occidente son muy antiguas, y las más conocidas, aunque tardías, los escritos de Séneca, el Enquiridion (Manual) de Epicteto y las Meditaciones de Marco Aurelio.
Nuestro mundo es en no pocos aspectos semejante a aquél. Si en filosofía hubo escritos admirables como los de los citados, hoy hallamos otros, con autores y títulos distintos, pero con el mismo objetivo: servir de guía a ese hombre vertido totalmente al exterior e identificado con él, automatizado, presa de la prisa, de la ansiedad, sumido en un malestar general en medio de bienes jamás soñados. Son aquellos los maestros espirituales y sus «libros de autoayuda», entre los que se cuenta la obrita de Eckhart Tolle, «Practicando el poder del Ahora» (Gaia Ediciones; trad. M. Iribarren), hija de «El Poder del Ahora», obra suya también.
De lectura y relecturas muy recomendables -a pequeñas dosis: 3 ó 4 páginas al día, no más -, su texto recuerda la vieja sabiduría de Oriente y de Occidente, a Jesús de Nazaret; en él vemos al cautivo de la mente («mente captus»), el concepto originario de conciencia (de cum y scientia, conocimiento del conjunto, del todo), las invitaciones «Vive el hoy», el ahora, de Marcial, el carpe diem, «disfruta del día», del ahora, de Horacio, el consejo «Domina tus pensamientos y serás dueño de ti mismo», que alguien dio. Su objetivo, el «Conócete a ti mismo» del oráculo de Delfos, o la máxima de Píndaro «Aprende a ser y sé cual eres.»
Una cosmovisión inicia la obra: más allá de las formas de vida perecederas, existe la Vida, Una, eterna, que llamamos Dios, y el autor, Ser; no aprehensible mentalmente –dirá–, sí accesible mediante el sentimiento cuando la atención está plenamente en el ahora; es la esencia de cada uno, su identidad profunda, fuente que da vida al cuerpo, lo No Manifestado. Invisible e indestructible, impregna las formas, conectándolas: el Ser en todos los seres y todos los seres en el Ser, dicen los orientales, y el autor, que «bajo las apariencias físicas y las formas separadas se es uno con todo lo que es» «Solo un paso separa la palabra Ser y la experiencia del Ser», y de ahí que la iluminación consista en «recuperar la conciencia del Ser y residir en ese estado de sensación-realización», «estado natural del hombre, en el que se siente la unidad con el Ser.»