Las elecciones son el punto de llegada y de partida cada cuatro años, para conducir la ciudad hacia el destino que quieran los ciudadanos. Son ellos los que eligen voto a voto, a quién dan su confianza. Y serán los elegidos en las urnas los que tengan en sus manos la responsabilidad -y la obligación- de hacer cumplir sus promesas y trabajar para que las metas prometidas y deseadas puedan ser alcanzadas.

El gobierno que emane tras el 26M debe tomar muchas decisiones, unas por obligación y otras por necesidad. Hay cuestiones que no soportan más el paso del tiempo. Entre ellas, la inminente y necesaria reorganización municipal, que dote de la infraestructura y el personal necesarios a los servicios públicos que una ciudad del tamaño de Alcalá necesita prestar. Es un asunto que tanto este como los anteriores gobiernos socialistas han ido postergando, hasta el punto de que al Ayuntamiento de Alcalá están a punto de «saltarle las costuras». Y más allá de la necesaria reestructuración municipal, la ciudad necesita tomar pulso en lo económico para que mejore la situación en lo social. Alcalá, en las últimas décadas, no ha sido una ciudad rica, pero la llegada de la crisis y la huida de industrias empleadoras dejó a la población local en una situación de precariedad. Altísimas tasas de desempleo evidenciaron con números una gran verdad oculta tras la pompa del ladrillo: que Alcalá era un pueblo de mano de obra barata que hasta entonces se sustentaba en la industria, la construcción y los servicios.

Es por eso que una vez superada la crisis, Alcalá pide un gobierno sólido que siente las bases para una recuperación -o reconversión- industrial, una restauración de su patrimonio histórico y cultural, y una reorientación del sistema productivo local hacia nuevos sectores empresariales que permitan que la ciudad avance económicamente para poder progresar socialmente.
Otro de los grandes asuntos reside en la sostenibilidad ambiental de la ciudad, máxime, con la aprobación de la Agenda 2030 por parte de la ONU, y más aún cuando Alcalá es una ciudad en la que la contaminación y el patrimonio natural llevan décadas pugnando en la difícil convivencia de ambas realidades. Aún resta por recuperar el Guadaíra, en las aguas, y en sus riberas, que en algunos tramos siguen sin poder transitarse.

Pero Alcalá tiene, de forma urgente, que poner freno a la degradación de su corazón: el Centro. Es allí donde reside parte de su historia, su patrimonio y su identidad. La ciudad está al borde de perder para siempre gran parte de lo que ha venido siendo en el último siglo si no comienza a actuar. La llegada de población es vital para lograr la apertura de nuevos comercios, la creación de empleo y la consolidación de sus principales referentes históricos, culturales y patrimoniales.

La ciudad necesita poner fin a la carretera de Dos Hermanas y resolver, de una vez por todas, el tranvía y la conexión por tren con la capital y el área metropolitana. Ambas son vías fundamentales para el desarrollo de la ciudad, hacia dentro y hacia fuera con un PGOU que también debe ver la luz este mandato tras años de cambios normativos y crisis económica.

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