Casi con el año se nos marchó Adolfo Piña Barroso; para él cobró pleno sentido la afirmación año nuevo, vida nueva, pues los creyentes tenemos la certeza de que un estado mejor llega tras la muerte, sin enfermedades ni limitaciones físicas, de las que él ya quedó liberado.

Vivimos maneras y comportamientos en los que la crítica o el juicio negativo surgen con facilidad en nuestras palabras, pero son desacostumbrados el elogio y las expresiones de admiración, a pesar de que nos harían mejores por reconocer la grandeza de los nuestros y así, teniéndolos como ejemplo, seguir sus pasos y aprender de ellos.

Escribo estas palabras con la emoción de los pocos días transcurridos, pero también con la seguridad de que no me confunden ni la cercanía ni el mucho cariño que de él he recibido, si lo defino como una persona caracterizada por su bondad, generosidad, discreción y elegancia. Vecino siempre servicial, amigo incondicional, esposo siempre compañero de camino, padre ejemplar de sus dos hijas y en gran parte de sus sobrinos, tenía adoración por sus cuatro nietas, Rocío, Luz, Diana y Laura, y por extensión de los hijos de sus sobrinos y de algunos de nuestros amigos, que han sentido al abuelo Adolfo y la abuela Lola como suyos.

Hacía un tiempo que no podía vernos, pero tal vez por eso con más detalles quería a todos, como ahora lo seguirá haciendo desde ese Cielo que ya anticipaba el color de su mirada. Gracias por su vida. Gracias por la vida.

Texto: Paco Mantecón

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