Nuestro presidente, al igual que Pablo de Tarso en el camino a Damasco, se ha caído del caballo y ha visto la luz. Sus dos comparecencias no nos pueden dejar impasibles. Primero pide perdón con gesto compungido y dice que se siente decepcionado; desconocía los negocios de sus secretarios de organización, dos consecutivos. En la segunda ya nos deja claro que no va a convocar elecciones, porque sería una irresponsabilidad, como si los españoles no estuviéramos capacitados para saber lo que nos conviene. Como buen autócrata, la alternancia política, según el juego democrático, no entra en su pensamiento.
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