Naturalmente, Plinio el Viejo también dedica no pocas páginas de su monumental obra a las virtudes humanas, a los valores del hombre, especialmente en el libro VII. Entresaco algunos pasajes (VII 119 y ss.), uno de ellos tan conmovedor, que da título a este escrito:

«A su vez, los mortales concedieron la sociedad con los oráculos al lacedemonio Quilón consagrando, en letras de oro, en Delfos, sus tres preceptos, que son los que siguen: conocerse a sí mismo, nada desear en exceso y que compañera de las deudas y del pleito es la miseria. Más aún: toda Grecia siguió a su cortejo fúnebre cuando murió de alegría por la victoria de su hijo en Olimpia. […]

Fémina la más púdica fue juzgada, por vez primera, por sentencia de matronas Sulpicia, hija de Patérculo, mujer de Fulvio Flaco, elegida entre cien escogidas para que dedicara una imagen de Venus según los libros sibilinos. La segunda vez (lo fue) Claudia, por la prueba de su religiosidad, cuando fue traída a Roma la madre de los dioses (Cibeles).

Ejemplos de piedad ha habido infinitos, ciertamente, en todo el orbe, mas en Roma (hubo) uno con el que ninguno puede compararse. Una mujer de la plebe, y por ello una desconocida, que había parido recientemente, como, hallándose su madre en la cárcel para su suplicio, consiguiera la entrada y fuera siempre expulsada por el portero antes de que le diera algún alimento, fue sorprendida alimentándola a sus pechos. A raíz de tan admirable hecho, fue concedida a la piedad de la hija la salvación de la madre y a ambas un derecho de alimentos vitalicio. El lugar aquel fue consagrado a la misma diosa, con la construcción, durante el consulado de C. Quincio y M. Acilio, de un templo de la Piedad en la sede de la cárcel donde ahora está el teatro de Marcelo».

Colaborar de La Voz de Alcalá desde los inicios del periódico. Catedrático de Instituto de Lengua Griega e Historiador de la Antigüedad.

Deja un comentario