Me permitirán titular esta columna con algo propio de Mortadelo, pero soy de la opinión de que según qué cosas mejor tomárselas un poco a broma. Viene todo a cuento de una práctica muy querida por nuestros responsables públicos (en diversos niveles), consistente en contar para según qué cosas con «expertos» o «gurús» salidos de no se sabe dónde.
¿Ejemplos? Pues miren, en esto del Patrimonio los hay a patadas. ¿Que un equipo está trabajando durante años en el Patrimonio Cultural de un territorio? A buen seguro tarde o temprano nos encontraremos alguna reunión o presentación en la que en vez de tenerlos en cuenta se tirará de «un amigo de un amigo que sabe mucho de esto». Y no pasa nada, generalmente nadie se quejará simplemente porque estos temas interesan lo justo.
Uno, que lleva sus años de dedicación profesional a cuestas, no deja de sorprenderse de encontrar a veces a felices descubridores de los molinos de Alcalá, de Gandul o de la «riqueza arqueológica» de nuestro municipio. Porque la diferencia (en mi modesto entender) radica en saber (y decir) cuál es el recorrido de nuestro trabajo (y de dónde bebemos cuando lo hacemos) o por el contrario llegar cual Rodrigo de Triana a enseñarle a los indígenas lo mucho que uno sabe por la gracia de Dios.
El problema de todo esto es que, por mor de la nula cultura científica y ciudadana, a estos gurús no solo no se les reclama seriedad, sino que muchas veces se les jalea desde lo público y lo privado. Lo que da que pensar, ciertamente…